"Mas allá de las palabras"

Una hermosa historia:

Un día Buda iba a dar una charla especial; miles de sus seguidores habían

acudido desde muy lejos.

Cuando Buda apareció, tenía una flor en sus manos.
Transcurría el tiempo,
pero Buda no decía nada; simplemente miraba la flor.
La multitud se fue
incomodando, pero Mahakashyapa, sin poder refrenarse por más tiempo, se rió.

Buda se dirigió hacia él y le dio la flor diciéndole a la multitud: “Yo poseo la

clave de la verdadera enseñanza.
Todo lo que puede ser dado a través de las
palabras, os lo he dado, pero con esta flor le estoy dando a Mahakashyapa la clave esta enseñanza”.

La clave de todas las enseñanzas – no sólo de Buda, sino de todos los maestros: Jesús, Mahavira, Lao Tsé- no puede ser entregada a través de una comunicación verbal, no puede ser entregada mediante la mente.
No se puede
decir nada sobre ella.
Cuanto más dices, más difícil es entregarla porque un Buda y
tú vivís en dimensiones tan distintas – y no sólo distintas, sino diametralmente opuestas- que todo lo que pueda decir un Buda será mal interpretado.

He oído que una tarde tres mujeres ligeramente sordas se encontraron en la calle.
El día era muy ventoso y una de las mujeres dijo:

-¡Qué viento!

A lo que otra respondió:

-¿Lo siento? No; no me has pisado.

Y la tercera dijo:

-¿Cansada? Sí, yo también estoy cansada. Vamos a un bar a sentarnos un rato.

Esto es lo que ocurre cuando un Buda te dice algo. Te dice “¡Qué viento!”. Y tú le respondes: “¿Lo siento? No; no me has pisado”.

El oído físico funciona bien; es el oído espiritual el que no funciona.
Un Buda
solamente puede hablar a otro Buda; ese es el problema.
Y no hay necesidad de
hablar con otro Buda. Buda ha de hablar a aquellos que no están iluminados.
Con
ellos existe la necesidad de hablar y comunicarse, pero entonces la comunicación es imposible.

Se dice que un santo musulmán, Farid, estaba pasando cerca de Benaré donde vivía Kabir.
Los seguidores de Farid dijeron:

-Sería maravilloso si tú y Kabir os reunieras.
Para nosotros sería una
bendición.

Lo mismo le dijeron a Kabir sus seguidores.
Oyeron que Farid pasaba por
allí y entonces le dijeron a Kabir que sería estupendo si le pidiera a Farid que se

quedara unos días en el ashram.

Los discípulos de Farid le dijeron:

-Vuestra conversación supondría una gran oportunidad para nosotros, nos gustaría escuchar lo que dos iluminados se dicen el uno al otro.

Farid se rió cuando escuchó esto y les replicó:

-Puede que nosotros nos encontremos, pero no creo que tenga lugar ninguna conversación. Veamos.

Kabir dijo:

-Preguntad a Farid. Invitadle a venir a quedarse… pero aquél que hable primero revelará que no está iluminado.

Farid llegó y Kabir le recibió.
Se rieron y abrazaron.
Luego se sentaron en
silencio. Farid se quedó allí durante dos días y estuvieron muchas horas sentados

juntos, mientras los discípulos, inquietos, esperaban que dijeran algo, que pronunciaran algunas palabras.
Pero no dijeron ni una sola palabra.

Al tercer día, Farid partió y Kabir le acompañó para despedirle.
De nuevo se
rieron, abrazándose, y se separaron.

En cuanto Farid partió, sus discípulos le rodearon y le dijeron:

-¡Qué estupidez! ¡Qué pérdida de tiempo! Esperábamos que sucediera algo.
Nada ha sucedido. ¿Por qué de repente enmudeciste? Con nosotros hablas
mucho.

Farid les replicó:

-Todo lo que sé, él también lo sabe.
No teníamos nada que decirnos.
Miré
en sus ojos y él se encuentra en el mismo sitio en que estoy yo.
Todo lo que él ha
visto, yo lo he visto; todo lo que él sabe, yo lo sé.
No hay nada que decir.

Dos ignorantes pueden hablar.
Hablan mucho; no hacen nada más que
hablar.
Dos iluminados no pueden hablar.
¡Sería absurdo! Lo que puedan decir
dos ignorantes no vale nada; no tienen nada que comunicar.
No saben nada que
valga la pena ser dicho, que deba ser dicho, pero continúan hablando.
Están de
cháchara.
No pueden evitarlo; simplemente es una catarsis de su locura, una
liberación.
Dos iluminados no hablan porque saben lo mismo.
No tienen nada que
decirse.
Solamente un iluminado y uno que no está iluminado pueden mantener
una comunicación provechosa, porque uno sabe y el otro está, todavía, sumido en
la ignorancia.
He dicho una comunicación provechosa; no he dicho que la verdad
pueda ser transmitida.
Pero a través de algunas pistas, indicaciones, o gestos, la
otra persona puede situarse en condiciones de dar el salto.
La verdad no puede ser
transmitida, pero la sed sí puede ser despertada.
Nada que pueda ser calificado de
“enseñanza” puede ser transmitido mediante las palabras.

Buda habló; es difícil encontrar a otra persona que haya hablado tanto.
Los
eruditos han estado estudiando todas las escrituras que existen atribuidas a Buda… parece algo imposible de igualar porque tras la iluminación vivió solamente
cuarenta años, yendo de pueblo en pueblo.
Recorrió todo Bihar… el nombre de
“Bihar” surgió tras recorrerlo Buda.
“Bihar” significa “los senderos del Buda”.
La
provincia es llamada “Bihar porque conforma los límites dentro de los que se movió
Buda, su Bihar, sus andanzas.
Siempre estaba en movimiento; solamente descansaba en la estación de las
lluvias.
Así que se pasó gran parte del tiempo caminando… y también tuvo que
dormir.

De esta forma, los eruditos hicieron sus cálculos y dijeron: “Parece imposible.

Dormir, caminar, realizar las tareas cotidianas… ¡y hay tantas escrituras! ¿Cómo puede haber hablado tanto? Solamente hubiera podido hablar tanto si hubiera estado hablando continuamente durante cuarenta años, sin parar ni un solo instante”.

Ha de haber hablado mucho, continuamente, pero aun así sostiene que la clave no puede ser transmitida mediante palabras.
Esta historia es una de las más significativas porque de ella deriva la
tradición del zen.
Buda fue el origen y Mahakashyapa fue el primero, el maestro
original del zen.
Buda fue la fuente, Mahakashyapa fue el primer maestro, y esta
historia es el origen de toda una tradición, una de las más hermosas y vivas que existen sobre la Tierra: la tradición del zen.

Trata de comprender esta historia.
Una mañana, Buda se acercó donde la
multitud habitual se había reunido, donde había mucha gente esperando para
escucharle.
Pero había algo inusual: en su mano llevaba una flor.
Nunca antes
había llevado nada en su mano.
La gente supuso que debía de ser un regalo de
alguien.

Buda llegó y se sentó bajo el árbol.
La multitud esperó y esperó, pero él
no decía nada.
Ni siquiera les miraba; simplemente seguía contemplando la flor.

Pasaron los minutos, luego las horas, y la gente empezó a impacientarse.

Se dice que Mahakashyapa no pudo contenerse y estalló en carcajadas.
Buda le llamó, le dio la flor, y dirigiéndose a la multitud le dijo: “Os he dicho todo lo que puede ser expresado con palabras; todo aquello que no puede ser dicho con
palabras, se lo he dado a Mahakashyapa.
La clave no puede ser comunicada
verbalmente. He entregado la clave a Mahakashyapa”.

Eso es lo que los maestros zen denominan: “Transmisión de la clave sin escrituras”… más allá de las escrituras, más allá de las palabras, más allá de la mente.
Entregó la flor a Mahakashyapa y nadie fue capaz de entender lo que allí
había ocurrido.
Ni Mahakashyapa ni Buda volvieron a comentarlo.
El capítulo
quedó cerrado. Desde entonces en China, en Tíbet, en Tailandia, en Borneo, en Japón, en Birmania, en todas partes, los budistas se han estado preguntando durante esos veinticinco siglos: “¿Qué le fue entregado a Mahakashyapa? ¿Cuál era la clave?”.

La historia parece muy esotérica.
Buda no era un hombre de secretos; ésa
fue la única incidencia de ese tipo… Buda era un ser muy racional.
Hablaba de
forma racional, no estaba sumido en ninguna locura extática; argumentaba racionalmente y su lógica era perfecta. En ella no podías descubrir ningún fallo.

Ése fue el único incidente en el que se comportó de forma ilógica, en el que hizo algo misterioso.

Extracto de Vida, Amor y Risa (Osho)

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