La Oración del Señor


Sus discípulos una vez le pidieron a Jesús que les enseñara a rezar como Juan el
Bautista les había enseñado a sus discípulos. Como respuesta Jesús les entregó una
colección de frases similares a las Dieciocho Bendiciones y al Quaddish de la liturgia
de la sinagoga.

"Padre nuestro, que estás el cielo. Santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu
reino y que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos nuestro pan de cada
día y perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.”

El “Padre Nuestro” resume todos los consejos de Jesús en cuanto a que la oración
debe ser sincera, directa y breve. El es categórico en cuanto a que el dramatismo del
ego debe ser abandonado. Algunos eruditos creen que traducido nuevamente al
arameo original, esta oración es una colección de frases cortas, rítmicas que resumen
el contenido y el estilo de las enseñanzas de Jesús en un estilo típico de los maestros
rabinos de esos días. Las frases debían ser memorizadas y repetidas frecuentemente
e interiormente. Desde el comienzo de la Iglesia innumerables crónicas acerca de la
Oración del Señor han visto en ella la clave de su enseñanza sobre la oración y la han
tomado como punto de partida para una teología más profunda sobre la oración. Orar
el Padre Nuestro requiere más que la repetición mecánica de las palabras. Requiere
conciencia. Algunos estudiosos han sugerido que el Padre Nuestro no se debiera rezar
en menos de tres minutos. Simona Weil descubrió que su modo de rezar esta oración,
que requiere atención a través de una fiel repetición, lleva a la quietud y el
entendimiento.

En el Capítulo seis del evangelio de San Mateo, el marco dentro del que Jesús enseña
su formula también realza a la atención como la cualidad esencial de toda oración. Su
enseñanza destila los elementos esenciales de la meditación. Jesús es un maestro del
modo contemplativo. Ante todo, pone de relieve como la oración debe estar enraizada
en la sinceridad del ser verdadero antes que en la autoconciencia del ego “Sean
cuidadosos de no hacer un espectáculo de su religión ante los hombres, si lo hacen,
ninguna recompensa les espera en la casa del Padre en los cielos.” Cada vez que
encontramos seguridad o sentimos placer en la aprobación de los demás la
autenticidad de la oración se ve comprometida. Su motivación se vuelve impura. Las
buenas acciones realizadas para lograr el reconocimiento público carecen de virtud.
Para purificar el “terreno de nuestras súplicas", como dice la Madre Juliana, Jesús
recomienda soledad e interioridad, la silenciosa intimidad y el escondido misterio de la
oración del corazón: “Cuando recen, vayan solos a un cuarto, cierren la puerta y recen
a su Padre que está allí en el lugar secreto, y su Padre que ve lo es secreto los
recompensará.” Como un cuarto privado hubiera sido un gran lujo en tiempos de Jesús,
su atención no se dirige tanto a la decoración doméstica sino a la orientación de la
mente y del corazón en le momento de la oración. El enseñó que incluso las prácticas
ascetas de la oración, como el ayuno, deben ser realizadas de modo discreto y
modesto. No son modos solemnes de sentirse más santo o de regatear posiciones en
una lucha para obtener lo que queremos de Dios.”Te daré dulces en Cuaresma si me
ayudas a obtener el trabajo que quiero”. No son técnicas de control. Las disciplinas de
la vida espiritual, dice Jesús, deben ser realizadas en silencio, con alegría e
interiormente.

Segundo, Jesús enfatiza la economía verbal para rezar. No debemos andar
“parloteando como los paganos que piensan que cuanto más hablan hay más
probabilidad de que se los escuche”. La cantidad y la duración no autentican la oración
porque como él nos dice, “Tu Padre sabe lo que necesitas antes de que se lo pidas.” La
oración no es informar a Dios sobre nuestras necesidades o pedirle que cambie de
opinión. No estamos oponiendo nuestra voluntad contra la de Dios, ni diciéndole lo que
debería estar haciendo. Una oración tan egocéntrica alienta muchas formas de
comportamiento religioso neurótico, tales como rezar para vencer a otros o cumplir
nuestras fantasías o deseos egoístas. Absurdos de este tipo comienzan cuando
creamos un Dios a imagen de nuestro propio ego. Pueden continuar con el
mantenimiento obsesivo de una relación de fantasía con el falso dios de nuestra
creación. Dicho dios puede desarrollar una vida física autónoma tal como para
cerrarnos a la verdadera divinidad cuando ella realmente se nos acerca. Esto puede
ser espiritualmente tan peligroso como el modo en que el demonio del ego teje la
ilusión de que habitamos una realidad personal separada e independiente de Dios.

En las peticiones de la Oración del Señor, vemos como toda oración toca en las
relaciones humanas nada menos que la raíz de la relación de Dios con el hombre. La
oración muestra la singular red de la conciencia que comprende el conocimiento de
Dios, el auto conocimiento y la relación con los demás. Si no perdonamos a aquellos
que nos han ofendido nunca podremos sentirnos perdonados ni podremos liberarnos
del miedo de que Dios nos castigue por nuestros pecados.

Las enseñanzas de Jesús sobre la oración enfatizan en tercer lugar el desapego
completo de las preocupaciones materiales. No podemos servir al mismo tiempo a Dios
que es Espíritu y al dios del materialismo. Y entonces Jesús dice, cuando recen, “Les
pido que dejen a un lado sus preocupaciones acerca del a comida y la bebida
necesarias para vivir y la ropa para cubrir sus cuerpos.” En la Galilea de los tiempos de
Jesús, probablemente el se estaba dirigiendo no a una banda de campesinos
hambrientos sino a una audiencia próspera y sofisticada. No es lo mismo decirle a los
que están hambrientos que no se preocupen por la comida que decírselo a los ricos. La
preocupación por los asuntos materiales no significa hacer caso omiso de las
necesidades básicas de la vida. Necesitamos comer y beber. El problema es identificar
la verdadera felicidad personal con lo que va extravagantemente más allá de las
necesidades básicas. De acuerdo con las enseñanzas de Jesús, liberarnos del deseo y
del miedo y desarrollar la confianza interna y externa, son las condiciones de la oración.

El cuarto gran énfasis de su enseñanza: la atención pura al poder de Dios en el centro
de toda realidad queda resumido en estas memorables palabras:
“Pongan su mente en el reino de Dios y su justicia antes que en cualquier otra cosa, y lo
demás se les dará por añadidura” La toma de conciencia de esta realidad nos guía al
dinámico peregrinaje al corazón de la oración, al portal de la oración continua, dentro
de la quietud del aquí y la paz del ahora. El nos dice: “Entonces, no se preocupen por el
mañana, el mañana se ocupará de sí mismo.”

Hay muchos otros dichos e historias de Jesús que dan más detalles acerca de las
imprescindibles enseñanzas sobre la oración del Sermón de la Montaña. Con
frecuencia, por ejemplo, él recalca la necesidad de perseverar en la oración y en el
poder que ésta tiene para mover la montaña del ego y hacer germinar la semilla interior
del Reino. También habló de rezar “en mi nombre” una frase que significa “a mi
manera”. O “en la forma en que yo lo hago”. El Sermón de la Montaña resume la
oración como una práctica espiritual que trasciende el egoísmo y por lo tanto disuelve
el miedo y transforma el deseo. Combina la interioridad, la simplicidad, la confianza, la
atención y el ser y estar en el momento presente.


Laurence Freeman OSB
Extractos de su libro
Jesús el Maestro Interior

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